Contemplo asombrado cómo a ________ se le ilumina la frente formando una extraña runa. Ella me mira decidida y me aprieta la mano, segura de lo que va a hacer. Un símbolo parece formarse también en mi cabeza, pues me veo momentáneamente cegado por su brillo. Entonces la oigo. Una voz profunda y grave, que le dice a ________ que busque en su memoria. Miro al dragón negro, seguro y a la vez asombrado de que sea él. Entre tanto, ________ cierra lo ojos y comienza recordar, y yo me veo arrastrado en la corriente que fluye en su cabeza, por fin vamos a descubrirlo todo. Sin embargo, justo cuando parecía que nos adentrábamos en uno de los recuerdos de _______ oigo algo, un ruido extraño, y abro los ojos.
Narra _______:
Observo como un torbellino de imágenes se dispersa ante mis ojos y los cierro con fuerza.
"Escucha con atención, muchacha, pues lo que vas a oír es la razón de tu existencia" dice el dragón. Mantengo mi ojos cerrados y agudizo el oído. Prono un millón de sensaciones se acuestan en mi pecho.
Era una cálida tarde de primavera, mi padre y yo estábamos de picnic en los largos prados de nuestro valle. Nuestra casa, aunque humilde, se alzaba alegre en la colina central. Recuerdo que esa tarde me lo pasé en grande riendo con papá. Sin embargo una sombra se alzó encima de nosotros y no tardó en aterrizar en el prado la inmensa dragona perlada cuyo jinete traía mi inscripción en Igneis Bellatore.
E don de la doma se transmitía por la sangre y mi padre, considerando tal actividad demasiado peligrosa, me lo había ocultado con la esperanza de que no me encontraran. Esa tarde cabalgué a lomos de mi primer dragón junto al jinete, que me separó de mi familia para llevarme a la escuela.
Al principio tuve miedo, pues los dragones me imponían, pero prono aprendí cómo funcionaban las cosas allí. Cada vez que un niño con el don de la doma nace, nace también su dragón destinado, aunque nunca sepan nada el uno del otro están unidos por una cuerda de oro invisible. Por eso, al contrario de lo que yo esperaba, cuando llegamos a la escuela no cabalgamos inmediatamente. Es más, los primeros tres años los pasamos encerrados en las aulas estudiando todo sobre estas criaturas, practicando con armas en la arena o la magia común con los cetros.
Cuando cumplí los catorce, falleció uno de los tres directores y, tras su funeral, se organizó la ceremonia de reunión. Acudieron dragones de todo el mundo al castillo para conocer a sus jinetes, si es que se hallaban allí. Todos mis compañeros encontraron a su dragón... menos yo.
Durante los tres años siguientes me sentí inútil, olvidada, sola... Hasta que decidieron sustituir al antiguo y difunto director. El nuevo era más joven, de cabello platino y fieros ojos esmeralda. Saphir.
Recuerdo que a pesar de ser el director fue muy cercano conmigo, me hacía compañía durante aquellas largas clases de vuelo en las que yo no podía participar, o las clases de magia en draconiano, lengua que yo aún desconocía, y quizá por eso me enamoré.
Y precisamente en una de esas clases comenzó todo. Aquel día Saphir estaba en una reunión y no pudo acompañarme, por lo que decidí pasear por el castillo. En el ala oeste, subiendo la torre norte, hallé una pequeña y mágica habitación. En su centro había un pedestal y una piedra redonda iluminada por el haz de luz que se adentraba por la pequeña ventana del techo. Era una piedra, si, pero me fascinó. Sentí un cosquilleo en el estómago y no tardé en buscar a Saphir para preguntarle de qué se trataba. Él me dijo que era un huevo de dragón fosilizado, uno muy antiguo. Habían intentado devolverle a la vida, pero en vano, así que se había convertido en una reliquia. Me dio mucha pena, pues realmente había creído que era más que eso.
A partir de ese día acudía a donde el huevo todas las horas que tenía libres, en esa sala me sentía feliz, completa. Al tiempo incluso empecé a hablar con él. Una tarde como otra cualquiera, acudí a la torre durante la clase de vuelo. Subí un laúd que había tallado con mi padre hace mucho y tarareé una melodía al compás del instrumento. Una melodía que desconocía pero que era incapaz de sacar de mi cabeza. Entonces ocurrió.
El huevo eclosionó.
De él salió una pequeña bestia de negras escamas y profundos ojos amarillos. Me miró desde la distancia gruñendo y enseñando unos dientes demasiado grandes para ser un recién nacido. Extendió las alas a modo de advertencia a pesar de que aún era incapaz de volar. Yo no me moví, no podía. Estaba demasiado sorprendida así que lo único que se me ocurrió fue seguir tocando mi laúd. Hacía mucho que no lo utilizaba tanto y mis las yemas de mis dedos estaban desentrenadas y comenzaban a sangrar, pero no paré. No paré porque el pequeño dragón reconoció la melodía, me reconoció a mi. Se acercó y dejó que posara mi mano sobre su cabeza, en medio de los pequeños cuernecitos. Entonces supe que el otro extremo de mi cuerda de oro estaba en su interior. Era mi dragón y yo su jinete.
Obviamente avisé a Saphir sobre lo que había sucedido y a lo largo de una semana me separaron del dragoncito, pues querían comprobar si su salud era normal, querían averiguar el porqué de su renacimiento. Pronto se descubrió el misterio. Al igual que existen los dragones de agua, fuego, aire, luz u oscuridad, el pequeño dragoncito era un dragón del tiempo, una raza que se creía extinta. Su hipótesis era que al morir su madre había parado el tiempo dentro de su cáscara, asustado de salir al mundo exterior solo.
Todo el mundo se alegró mucho por mi, todos excepto el que creía que me apoyaría más. Saphir creía que era demasiado peligroso, aunque no me lo decía abiertamente. Se distanció de mi y salió de la escuela, por un tiempo pensé que jamás lo volvería a ver. Sin embargo a su regreso algo cambió. Ya no parecía tan decepcionado conmigo, ahora me animaba. Pensaba que al ser lo que yo quería estaría bien pero me equivocaba, algo me olía a chamusquina.
Al mes siguiente de haber eclosionado el huevo se organizó una ceremonia de conmemoración por haber renacido a una raza extinta. Aquel día se haría oficial que el dragón y yo estábamos unidos. Me resultaba muy extraño, y más aún sabiendo que el que lo había propuesto había sido Saphir.
Todo el mundo estaba en la arena. En el centro estaban los tres directores, con mi cetro y el dragón. Lo único que debía hacer era esperar a la señal y salir a recogerlos. Y eso hice, los directores recitaron un discurso y me devolvieron mi cetro, pero cuando Saphir me entregó a la pequeña criatura, que no dejaba de intentar morderle o arañarle, vi algo maligno en su mirada. Mientras me aljaba de él contemplé cómo sacaba un estilete de su manga y apuñalaba al director Morgan para después degollar al director Grahel.
No podía creer lo que veía, pero mis ojos no me engañaban. Pronto de los lugares más oscuros de la arena comenzó a salir un millar de hombres de negro armados. Fue una masacre, vi cómo mataban a mis compañeros pero no pude hacer nada, no supe hacer nada. Cuando vi que Saphir me señalaba eché a correr con el dragón en brazos. Corrí como nunca, avanzando por los jardines con la intención de entrar en el castillo. Mala idea, había un par de soldados en la puerta. Recordé un pequeño pasadizo que Saphir me había mostrado y me introduje en él despistando a los que me perseguían. Corrí a través de aquellas oscuras y húmedas paredes de piedra iluminadas por una sucesión de antorchas. Cuando creía que por fin llegaba a la salida el alma se me cayó a los pies, pues en la puerta, sonriendo con malicia, se recortaba la silueta de Saphir. Miré en sus ojos y tuve miedo. Un miedo que aún hoy siento al recordar esa mirada.
Sin embargo me tendió la mano y me sonrió. No me moví así que me alzó en brazos y me llevó a un lugar seguro mientras los demás jinetes echaban al ejército del castillo.
Yo no entendí nada en ese momento, le había visto matar a los directores, ordenar que me capturasen... ¿Y ahora me ayudaba? Me dijo que no había sido él, que le habían engañado y encerrado para poder crear una poción multijugos para hacerse pasar por él. Me dijo que jamás me haría daño porque me amaba, y yo, tonta de mi, le creí. Y le amé. Días después encontraron los restos de la poción y su teoría se mantuvo firme.
Pasó un año entero, Saphir y yo manteníamos una relación que, a pesar de ser director y alumna, era aprobada y no teníamos que esconderla. Evenaar, nombre con el que había bautizado al dragón y que en su lengua quiere decir "El extinto, había crecido considerablemente. Ya era una bestia hecha y derecha, y juntos nos habíamos convertido en la unión perfecta. Me enseño su lengua y me prestó su magia, podía controlar el tiempo, aunque por aquel entonces aún me quedaba mucho que aprender.
Aquel año la escuela cumplía ciento cincuenta años y, como era habitual cada veinticinco años, el consejo se reunía aquí para restablecer la magia del castillo. Los miembros eran en su mayoría hombres viejos, y luego estaba Rubí, una chica joven y hermosa que completaba el círculo. Cada uno de sus siete miembros portaba una piedra preciosa, pero no una cualquiera, eran las siete piedras del Poder. Cada una con su propia historia. La de Rubí irónicamente era el zafiro de la verdad. La de Saphir la Esmeralda de la fuerza. Y luego estaban el diamante de la pureza, la amatista del valor, el rubí del amor, el topacio de la riqueza y el cuarzo amarillo de la sabiduría.
En la ceremonia, que se hizo de nuevo en la arena, los miembros del consejo se situaron en circulo en los diferentes puntos cardinales y recitaron el conjuro con sus respectivas pierdas, cuya leyenda decía que al unirlas todas se conseguiría el poder absoluto. Con un fuerte resplandor, cada piedra se iluminó proyectando un rayo de su color hacia el cielo. El castillo pronto comenzó a cubrirse de una capa de magia dorada. Sin embargo, mientras todos contemplaban la escuela el rayo de color verde comenzó a hacerse más grande. Los temores de muchos se cumplieron cuando Saphir unió las siete piedras. Los miembros del consejo se opusieron, pero uno a uno, sus cadáveres cayeron al suelo.
Saphir se había convertido en un monstruo, o quizá siempre lo fue.
Muchos huyeron del castillo, y de los que se quedaron a luchar junto con sus dragones a pesar quedaron los restos de sus cenizas. El poder del director era temible y certero, no se podía escapar de él. Sin embargo permanecí firme junto a Evenaar. Me sentía traicionada, pero sobre todo me sentía estúpida. Me había engañado como a un bebé y no se lo iba a perdonar. Con la ayuda de Evenaar paramos el tiempo por unos segundos y le logramos arrebatar el rubí. Fue el rubí porque representaba el amor que el me había robado, el amor que le acababa de robar yo a él.
Estábamos agotados, parar el tiempo a una persona con semejante poder requirió demasiada energía y cuando Saphir logró escaparse, a pesar de no tener la misma fuerza, nos venció con una facilidad alarmante.
-Es hora de que me devuelvas lo que es mío -me dijo. Incapaz de hacer nada más sólo se me ocurrió escupirle en la cara.
-Nada de lo que hay aquí es tuyo.
-Estás muy equivocada querida _______. La escuela me pertenece, la piedra me pertenece, tú me perteneces... ¿O es que ya has olvidado nuestro último encuentro nocturno? Te hice mía... para siempre. Piénsalo, tu y yo juntos gobernando sobre todos...
Intentó tentarme pero yo ya no le escuchaba, había otra voz en mi cabeza.
"________, debes escapar con la piedra, yo te ayudaré..." No podía verle, pero sabía que Evenaar estaba llorando y aún así no pude detenerle. Me transportó en el tiempo con el rubí utilizando sus últimas fuerzas. Recuerdo que justo antes de acabar en esta época lloré.
Lloré por una escuela destruida.
Por un amor envenenado.
Por las muertes de los inocentes.
Lloré... porque mi cuerda de oro se había roto.
"Una cuerda rota que desea unirse de nuevo"
Siento haber tardado, es que había que contar mucho en este cap y no sabía cómo hacerlo. Me ha costado encontrar la forma, espero que os guste.
FELIZ AÑO NUEVO!!! :)